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“La identidad es saberse y amarse”. – Luis Cencillo

 

Uno de los temas que más me ha interesado siempre es el de la libertad, pero libertad entendida como realización opcional, que como diría Luis Cencillo “consiste en el conocimiento de las carencias propias, de nuestros limites, que es lo que hace que nos propongamos todo lo conveniente para así poder vivir congruentemente.”

Este autoconocimiento se convierte entonces en un requisito previo fundamental para poder superarse. Y aquí el coaching puede ser una disciplina tremendamente útil. Para ello, trabajamos con preguntas poderosas, con la escucha, con el cambio de observador y por supuesto, promoviendo la acción.

Hay una “felicidad de los ganadores” que vinculamos al logro, a conseguir cosas, a obtener resultados

Otra manera de entender la libertad es con la idea del NO apego, entendido como La capacidad para no vernos trabados por los afectos que nos fijan a las cosas, a las personas o a las situaciones. Un concepto complejo, difícil de entender, que muchos confunden con egoísmo o con “pasotismo”. Sin embargo, el no apego es el camino para el desarrollo de la aceptación de lo que es, de la calma, de la plenitud, de la felicidad, en suma. Algo que todos anhelamos y perseguimos, aunque no siempre de la manera más adecuada.

De manera que, como vamos viendo, libertad, autoconocimiento, no apego y felicidad son conceptos que están profundamente interrelacionados.

Aquí debemos hacer una distinción acerca del concepto de felicidad. Hay una “felicidad de los ganadores” que vinculamos al logro, a conseguir cosas, a obtener resultados. Y aunque puede ser versátil y variada, es un tipo de felicidad que no contempla la posibilidad innegable de que ganar en un aspecto siempre va a suponer perder en otros. No es posible ganar todo el tiempo, en todos los ámbitos. No es posible por tanto alcanzar la felicidad a través de esta vía.

Cuando perseguimos este tipo de felicidad, caemos de una u otra manera en el deseo de tener más y más, de seguir ganando. Solo que el deseo, tal y como decía Lacan, es incolmable y violento, siempre limitado en el tiempo y por tanto decepcionante.

Vivimos en una sociedad en la que la búsqueda del logro nos ha impedido comprender que el verdadero triunfo, la verdadera felicidad, en realidad, es llegar a ser más uno mismo en libertad. Desde esta perspectiva, llegamos a entender que podemos estar ganando algo muy personal y elevado para nosotros y al mismo tiempo perder en otros muchos planos.

Luis Cencillo nos dice que el verdadero triunfo, entonces, se produce cuando llegamos a asumir todas las pérdidas relativas, cualitativamente inferiores, que van descubriendo y dejando libre y patente nuestro sí-mismo, es decir, nuestra identidad desnudamente auténtica.

Para poder ser en libertad, hay que resistirse, como ser humano, al riesgo de no ser nada en este mundo… siempre que seamos capaces de resistir el miedo, la fatiga, la inercia y la resistencia de pagar el precio que haya que pagar para hacerse. Porque el ser exige una continua remodelación de las conductas, en armonía con las exigencias objetivas que nos marca la vida, la sociedad, las circunstancias reales de cada uno de nosotros. Acertar a ser en este sentido, es el trabajo más difícil.

La identidad es saberse y amarse. Un modesto amarse que ama lo humano en sí mismo. No hay que imaginarse ser nada más de lo que, en la base, realmente se es.

Y es que en contraposición a la libertad, la felicidad está condicionada a momentos en los que podemos sentirnos perdidos o infelices. Por ejemplo, cuando experimentamos la carencia. Y no me refiero solo a carencias de tipo económico, de amistades o de afectos. Me refiero a la carencia de horizontes. Vigotsky habla de la zona de desarrollo próximo en psicología evolutiva como ese espectro de posibilidades que está a nuestro alcance en nuestro particular desarrollo. Todos tenemos un horizonte posible en esa zona de desarrollo próximo, pero no siempre lo vemos, no siempre entendemos que está ahí, disponible para nosotros.

La identidad es saberse y amarse, un modesto amarse que ama lo humano en sí mismo. No hay que imaginarse ser nada más de lo que, en la base, realmente se es. Somos un ramillete de posibilidades abiertas, encuadradas dentro de las circunstancias particulares que nos afectan y desde ahí tenemos la capacidad de crear y por tanto de construir una versión original y nueva de nosotros mismos.